lunes, 11 de febrero de 2008

Diego Alfaro Palma






De “Paseantes” (A publicarse pronto…)

(Poemas antologados en “El Mapa no es el Territorio)




Partitura


de la lluvia nos ha quedado la música

nuestro silencio

un mensaje anotado por pequeños dedos en la ventana.



El globo


Sólo pedaleando desde ese mundo

conseguirías dar la vuelta

tomarlo del cordel

y sostenerlo calle abajo

Detenido en una esquina

tenderías las manos hacia un poste

para intentar atarlo

para que suspendido en el viento

nos señale el camino de regreso.




A Philip Larkin


Reconocerse en un poema de Philip Larkin

Puede parecer tan desolador

Como la fotografía de un carrusel bajo la lluvia.

Las soledades que vienen y van

Pueden ser tan cansadoramente inútiles como la literatura

Sin embargo

De una u otra forma volveremos a ellas

Como a aquel viejo paraguas que desdeñamos

Por sus extravagantes colores.

Pero más allá de estas vagas lamentaciones

El deseo de estar solo

Bajo una luz, en pie de poesía,

Desconociendo -desde altas ventanas-

La miserable estulticia

De las chicas bellas,

Arpías que dolorosamente

Anidaron en tu vergüenza.




Lights out



La vida, mis amigos, es aburrida.

Nos llenamos de libros

para llenar la vida

y en cada abandono, en toda despedida

trazamos la inevitable figura del absurdo.

Bufones, nos forzamos en contemplaciones

intentando asir un trozo de dios.

Yo he perdido todo esto

en las puertas de una iglesia.

No anhelemos no brillemos

es hora que apaguen la luz.




Astrolabio

(Fragmento)

IV

Me he puesto a lavar los platos pensando tal vez en escribirte. Relegado por años al oficio del poema olvidé probablemente la carta, un epistolario sin esperar respuesta, dejar correr líneas como agua cayendo de una llave para quién sabe llegar adonde. La soledad carcome, debilita, es una termita hambrienta a la que llegado cierto tiempo podemos hospedar a sabiendas que terminará destruyendo nuestros cimientos.

Ahora que hay nubes y no techos, ahora que la intemperie es bosque y no desierto, me pierdo en el crepitar de estas hojas trazando una senda incierta: palabras como hitos.

Lavar los platos como quien lava su alma tras la tormenta.



De Alejandrina (inédito)


Fragmento de “Ciénaga”


I

Sabido es que los suicidas no escriben poemas, dejan notas, confesiones, todo en orden, la ropa doblada en el armario o sobre la cama. La diferencia la hacen sus gestos: un abrazo apretado, una mirada cómplice, un comentario lanzado al azar, para que luego, del otro lado, alguien ensamble las piezas. Y no podemos interrumpir en sus vagabundeos sin destino, mucho menos cuando asomados al balcón los golpea la oscuridad de una decisión, la pureza de abrirse al viento, un ave perdida volviendo a Dios, o cuando, como él, dejó las llaves sobre el velador y salió camino hacia el riel, recostó la muerte de su padre en el metal frío de su silencio, repasó su última partitura, dejando que el tren del invierno borrara su rostro, la vibración de la última nota de su fuga, reencontrando en su sueño una ceguera.


II


El juego entre el marco oscuro de sus gafas y los bigotes canos daban la impresión de estar frente a un marinero retirado, sin embargo, sólo su dedo índice había recorrido los meridianos de un mapa amarillento y del que hacía repasar copias con lápices de cera a sus alumnos: para cada imperio, para cada océano una tonalidad distinta. Él les enseñó las fronteras, los nombres que la humanidad dio a lo que siempre creyó suyo. Colgaba en la pizarra un pliego arrugado y con sus palabras proyectaba una batalla entre griegos y persas, al caballo de Alejandro avanzando aguerrido sobre la arena del tiempo, las lanzas de los gladiadores entrando en el costado de una espera. Ese hombre era la historia en un par de ojos cansados, en una calva que cada mañana dirigía la orquesta de la pasión y muerte de la carne. El sufrimiento de Cristo tomaba en él sentido, la empresa imposible del amor, mientras en la misa el sacerdote quebrando la ostia, cumplía con graficarnos la dispersión de los hombres, la separación de los mares, lo invisible abriéndose paso a través de la materia. Él se difuminó en el vacío que dejan las cosas, el piano de sus hijos descansado, la sábana de su mujer estirada, sus notas resguardadas en un cajón sin cerradura.



Fragmento de Alejandrina


I,7


Porque finalmente todo lo que uno puede llegar a creer es espuma en la estela del viaje. Al contrario de los pescadores, arrojar la red para siempre, para que permanezca en el fondo del recuerdo. Porque todo se vuelve más lejos, más claro y transparente como una noche vestida con el manto de las estrellas. Todo cobra su verdadero peso ante la eternidad del paisaje. Como un niño que aprende a pintar debemos pasar y repasar nuestras líneas, traspasar la frontera de nuestra mortalidad de forma sincera, recogidos en la torpe sabiduría de la experiencia. Porque estamos aquí después, siempre después y porque sólo la palabra puede brindarnos la posibilidad del pasado. Porque ante todo somos el ahora de nuestra historia y de cada pequeña historia y porque ante el tiempo somos iguales, profundamente nuestros, inseguros.







*Diego Alfaro Palma (Limache, 1984) Poeta, estudiante de Literatura en la Universidad del Desarrollo en Santiago. Poemas suyos aparecen en el website de Alejandro Lavquén y en la revista Los poetas del 5 y en el blog Avenida Poesía. Ha organizado cuatro encuentros de poesía en la ciudad de Limache y ha sido invitado a diversas lecturas tanto en la Quinta Región como en Santiago. Durante el primer semestre de 2006 participó en un taller con la poeta Cecilia Casanova y de una mesa redonda con el poeta y pensador argentino Hugo Mujica. Los poemas seleccionados pertenecen a un libro inédito titulado Distancias.


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