LAS MESERAS
DEL RESTOBAR METRO UNIÓN
Ese gesto de cerrar las puertas del cooler
con el reverso de la pierna
o el de apoyar el codo en la barra
con la falda torcida a la cadera, enciende
a los bebedores del Restaurant Metro Unión
con un glamour de asientos de ferrocarril
y largo pasillo hacia el baño de neón verde.
Un aire de insomnio envuelve a la mesera
faldita roja con tablillas de liceana
frota una rodilla con la otra
con lo que parece ansiedad en la idea del cliente
pero que es frío o picazón
pues sus piernas son el espíritu del local
el horizonte de los taxistas trasnochados
y de los comerciantes que tranzan con odio
la venta del alma de las cervezas.
Otro bar pintado en barrio chino
con peruanos y carros de frituras.
Un viento enreda papeles en el callejón
cuando las meseras
abandonan el local sin aire de jazz
ni en taxi
a pie
escoltadas por un galán callejero, y luego solas
pues el tiempo se ha detenido en la calle
y sus tacos son el tic tac de un reloj fatal
cuando el llanto del infante
se echa a volar de alguna ventana sin luz.
EL OTRO GESTO
DE
Ese de limpiar el cerámico del muro
concentrada
como si de su labor dependiera
la llegada puntual del mes de abril
y su cataclismo de oro.
HOTELES
Los fugitivos de Motel Luz
buscan de plaza en plaza
el Hotel de las meseras invisibles
pero ellas han abandonado el escenario
y las peluqueras
duermen repetidas en camas con espejos.
Es la hora en que las parejas
se despiden con largos besos
dejando pasar las últimas micros
y los pasajeros del Sahara Inn, y del otro
el Hotel Muerte
(con balcones que dan al orín neoclásico
y a cortinas metálicas rayadas con spray)
lucen una piel amarilla
que sirve de faro a delincuentes y flacas mujeres
que venden películas en la vereda.
Ya los comerciantes
abandonan un topless de neón viejo
y los fugitivos se ocultan en la pieza 2
a reír con la televisión a todo volumen
mientras los náufragos del Hotel Metro
han perdido toda locomoción y se besan
entre papeles, que los aseadores nocturnos
han dejado volar, pues muy temprano
cuando las bailarinas hagan parar un taxi
o los panaderos aborden la primera micro
la calle será un puente de sol
una luz al final de la noche
que borra los hoteles de nuestra memoria.
ARIES
O
EL BAILE DE LOS ABANDONADOS
DE
El Wurlitzer cortocircuita una lágrima de neón
es tarde, si se puede dar nombre a las horas
en el bar hay luz eléctrica, bufones de psiquiátrico
y musas de contrabando, bajo la estrella del cabro
allí la poesía encarna baile de odalisca
convertida en temporero
por el mal genio de las chicherías
la mímica de un cantinero violador
que olvida su égloga de piernas con várices
y mantel de vinilo en florerías de la muerte
mañana el sol será una lámpara de penal
una gótica maniobra por sacudir la condena
de ser familiar en la fotografía.
TUGURIO 1950
Hay una calle, cerca de la estación de ferrocarriles, donde un almacén de esquina congrega a mecánicos y clientes.
Allí debes caminar sin ver la cara de los tres jóvenes rapados que avanzan por el medio de la calle, pues es el rostro de todos los hijos de Dios, cuando el grandísimo era un músico callejero, un artesano que vendía pájaros de totora, de pueblo en pueblo.
Debes mirar de reojo el bar sin nombre que tiene una mesa de pool, donde fuma uno de ellos, y memorizar en fracción de segundo; el piso de tierra, el televisor que muestra una fiesta sodomita, y las piernas de la vieja mujer que fuma un cigarro del invierno de 1950.
Debes retener el viejo anuncio de Mejoral y de un bar llamado Tren al Sur, y nunca olvides a la pelirroja en bicicleta, que te mira de reojo y entra en una puerta abierta de par en par, donde se adivina entre la pintura desconchada, la frase Hotel Apolo.
A
Como si Estación Central fuera el tiempo y toda esa gente colgando de las micros, o detenidos alrededor de un carro de frituras, comentaran un asalto con el cabo de guardia
o como si un repartidor del Boston Evening, se meciera en un trigal, más allá de los últimos vientos,
cuando el profesor, luego de revisar por tercera vez su carpeta, entra a un local de comida rápida, y ve por los ventanales, como la lluvia moja los suplementeros
y los paraguas son el ballet de amapolas negras, que ven pasar los desaparecidos en los trenes de la tarde
y los ambulantes improvisan refugios de plástico, o huyen con su mercadería, como si las escaleras fueran el tiempo y un indigente del tren subterráneo, recitara los yambos del fin del mundo, a los que suben y bajan, como si llegar fuera una posibilidad.
ESTACIÓN CENTRAL 23:00 HORAS
En los alrededores de Hotel Condena
un flaco escritor que morirá de tisis
vende películas porno
y toca el acordeón de los desesperados
pues la mujer oriental ha pasado llorando
con la puntualidad de los crímenes
bajo balcones donde se llenan de humo
las camisetas
y sobre la tumba de las palomas urbanas
los guardias de seguridad usan sus radios
para pedir auxilio al murciélago del deseo.
TEATRO MUNICIPAL DE VALPARAÍSO
Un viejo cantor popular, neo clásico y tinto
recibe los gritos del fervor chucheta
post siglo XX
con aires de motín, coro griego de cantina.
El teatro es del futuro, con topless y ópera gore
escaleras de mármol y ángeles de yeso.
El cantor simula mear al público
y él aúlla como conscripto luego de la golpiza.
y la galería responde borracha, cosas como ¡estamos
contigo Tito! ¡Lonconao! ¡Lonconao! gritos para llamar
a terneros perdidos, gritos para no morir de frío
pues un aire polar recorre las familias
una lejanía de los decorados, ya que en el escenario
madame Buterfly eructó al virrey de los choferes
& Duchamp & Tzara & Kandinsky, protagonizaron
la sátira de los viejos dadá
y un retrato pop de la virgen de las cavernas.
* Felipe Moncada M. (Quellón, Chiloé, 1973). Poeta que realiza estudios de Física en la Universidad de Santiago. Reside en la ciudad de San Felipe desde 1999. Ha publicado los libros de poemas Irreal, 2004 y Carta de navegación, 2006. Actual director de la revista La piedra de la locura, San Felipe.
En 2007 obtiene la beca a la creación literaria que entrega el consejo del libro y la lectura por su trabajo Músico de la corte.
1 comentario:
La poesía de Felipe, en mi cartera, viajando por borgileandea,
es preciosa.
Gelman dijo una vez;
"El poeta desorganiza el caos con loca exactitud"
Moncada tiene el pulso de un relojero, el ingenio de un astrónomo, el instinto de un navegante, y el peso de un físico.
de valeria, desde Buenos Aires.
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